¿Quien consideras que ha promovido la corrupción inmobiliaria en la Ciudad de México?

PALABRAS-CLAVE DE OTRO LÉXICO POLÍTICO

REVOLUCIÓN VERSUS RESISTENCIA

Pablo Lazo Briones

…vivir en estado de revolución no es progresar: es delirar…La revolución permanente es ventaja de los que viven de la revolución, pero es pesadilla para los pueblos que la padecen.

José Vasconcelos

El presente artículo discute la posibilidad del tránsito de la revolución, como momento social de extrema violencia, a la resistencia organizada de forma permanente en los ámbitos de grupos disidentes contra la “totalidad” que los confina a un estatus de dependencia pasiva. En contra de la fetichización de la revolución en los discursos de Stalin o Mussolini y toda clase de epígonos enmascarados, se esgrimen algunos argumentos de Nietzsche, Arendt, Jean-Luc Nancy y Derrida para proponer un movimiento imaginario de resistencia como desarme y dislocamiento de la totalidad represiva que habla, paradójicamente, con palabras revolucionarias. El argumento adquiere un sesgo latinoamericano al incorporar tesis de José Vasconcelos en la discusión. Al final, desde la recuperación hegeliana de la Sittlichkeit por parte de Charles Taylor, se apuesta por un “nosotros” que sea actor de una resistencia política intersticial y no cíclica, propositiva e imaginaria y no pasiva.

EL CONCEPTO INMEDIATISTA DE REVOLUCIÓN

La palabra revolución brota en nuestro imaginario colectivo con una resonancia instantánea a insurgencia de violencia y súbita transformación social, a un inmediato y radical vuelco de todas las cosas. Cualesquiera que sean las razones para poner en juego tal significación, siempre latente aunque apresurada y superficial, lo cierto es que con ello no sólo se evade la verdadera dimensión histórica y sociológica de la revolución, de las revoluciones, siempre en plural, sino que en esta especie de fascinación inmediata encerrada en su mera formulación se evade también su aspecto reflexivo, es decir, los rasgos que su realidad impone para su crítica desde la plataforma de un pensamiento ético y político.

En este pequeño ensayo quisiera ofrecer no una solución ante tal reacción imaginaria, compleja tanto por sus implicaciones epistemológicas como por sus consecuencias sociales, sino tan solo una serie de indicaciones para tomar una cierta distancia problemática respecto a ella y abrir así la posibilidad de una reacción distinta, más cercana a la propia realidad social de las revoluciones pero también abierta a una lectura crítica ético-política que pudiera ser base de la propuesta, planteada al menos como posibilidad, de un modo alternativo de transformación social que no caiga en las trampas de lo que podemos llamar concepto inmediatista de revolución. Tal propuesta de transformación social, ya que hemos de contrastarla con este efecto inmediatista, puede muy bien ser emparentada con la idea del carácter siempre mediado o, en lenguaje hegeliano, de necesaria mediación dialéctica de los acontecimientos sociales y sus transformaciones en la historia. Intentaremos probar que este carácter mediado de transformación, siempre dilatado en una línea temporal histórica, nunca súbito e instantáneo, responde a la concreción de las cosas sociales que permite superar (poner a distancia crítica) el concepto inmediatista de revolución al delatarlo como mitificado o fetichizado.

Pero hemos llamado demasiado aprisa “concepto” a esta reacción inmediatista de la revolución que, como comenzábamos a decir al principio, es más bien un efecto de su significación imaginaria, significación alojada en nuestro lenguaje y en nuestras expectativas más básicas –y acaso decir también, he aquí el peligro, en nuestros impulsos más básicos. ¿Qué clase de efecto es este? En primera instancia, no es efecto de un razonamiento, ni siquiera de un razonamiento defectuoso, de una mala deducción o analogía de ideas, por ejemplo de una mala lectura de los acontecimientos de la Revolución francesa en su comparación con la Revolución mexicana diciendo que ésta es una réplica de la primera en cuanto a sus “ideales”; tampoco es consecuencia de una deficiente interpretación de determinados conocimientos históricos o sociales, o una mala descripción historiográfica del levantamiento de tal o cual movimiento insurgente en sus detalles histórico-sociales, por ejemplo, cuando se dice, cayendo en el pecado de un descontextualismo brutal, que a la Revolución mexicana le faltó la “valentía histórica” de la Revolución cubana. Aunque todo esto puede estar enredado confusamente en la reacción inmediatista de la revolución, creo que ésta más bien tiene a la base una respuesta emotiva, afectiva, que la atraviesa de lado a lado y que impregna por consecuencia las malas interpretaciones histórico-sociales y las deficientes relaciones entre ideas. Se trata de una afectividad que es mezcla de dos impulsos, no siempre en armonía uno respecto al otro: el impulso de una violencia básica destructiva e incluso autodestructiva (y que no temo llamar “pulsión de muerte” en la línea que va de Freud a Marcuse y su crítica social), entremezclado con el impulso de un placer imaginado –ilusión lo llamó Freud también–, el impulso por un estado de cosas social que sería fuente de satisfacción permanente y cuyo origen se constata, se siente, confusamente en la transformación de raíz del estatus quo hacia “mejor”, cuando este último termino es tan oscuro y vago como el mismo concepto de revolución con el que se le relaciona.

Algunas pruebas históricas de este vertiginoso e impulsivo deslizamiento en la violencia más inmediata y menos reflexiva: los horrores de la Revolución francesa en el momento en que se convierte en un valor en sí en el periodo de Robespierre, cuando un punto de vista único sobre la revolución se pretende extender sin reservas sobre todos los demás y autoposicionarse como política de gobierno, entonces se convierte en despliegue de una violencia institucionalizada sin trabas: el jacobinismo como régimen de terror. Pero este punto de vista único también puede extenderse en función de entender la orientación irracionalista revolucionaria que tuvo el periódico surrealista aparecido en los años veinte en el que participaron Breton, Aragón, Buñuel, Dalí, entre otros, y cuyo título fue Le Surrealism au Service de la Revolution. En sus páginas uno encuentra llamados revolucionarios a la renuncia radical de todas las instituciones sociales, de toda racionalidad imperialista, en nombre del “automatismo psíquico puro” (fórmula con que la palabra surrealismo es definida en el Primer Manifiesto Surrealista), pero también en nombre de la violencia entendida como un puro estallido creativo, como una forma superior de expresión de la pensée por encima de la vida rutinaria y gris del obrero, del burócrata, del político. En estos casos, también es una afectividad inmediata, llevada a su extremo, lo que determina la resonancia de la revolución, y tiene también las consecuencias de una violencia que puede manifestarse como un llamado social a una transformación radical (el uso de la palabra revolución en el surrealismo), pero puede también querer institucionalizarse como forma de gobierno en un régimen que se quiere a sí mismo permanente y absoluto, excluyente de cualquier otra manifestación de la vida pública. Es el nacimiento del totalitarismo en su liga con la revolución. Y justo este es el terreno del concepto inmediatista de revolución, entendiendo por tal la pretensión de cristalización de las consecuencias del movimiento violento y súbito de la revolución en un régimen de cosas universal y permanente, ahistórico, esto es, fetichizado, hipostasiado.

Fuente: www.metapolítica.com

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Jornada: Límites de la política. León Bendesky

REUNIÓN DE TRABAJO CON AUTORIDADES DEL IPN EN LA ESCA DE LAUNIDAD LÁZARO CÁRDENAS (SANTO TOMÁS)

A propósito de la comunidad política por Francisco Castro Merrifield